Improvísalo, me dice. ¿Cómo voy a improvisar si no tengo ni la minima idea?
- Que si, va, improvisa.
A veces es tan cansino que improviso para que se calle. Como ahora, pienso, mientras miro al techo y me dispongo a hacer el ridículo.
Sujeto la guitarra como si fuera una escoba, como si pretendiera barrer todo lo que dice y esconderlo debajo de la alfombrilla para creerme que no hay pelusas. Que el polvo, y un polvo tras otro es mucho polvo, se va acumulando por las esquinas, casi sin dejarnos respirar.
Acaricio sus cuerdas, duras, indomables, largas. Se me hunden en la piel y la marca tarda unos segundos en irse. Me
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abandono, que mañana tengo que estar enérgica para encontrar sitio en la biblioteca (eso es la aventura del dia, y no el examen de después)